Ser joven hacia fines de los 90 significaba despertarse con su voz en el dial, pasar la tarde viéndola programar videoclips y llegar a la noche con ella como chilota, gitana o circense en algunas de las teleseries del canal nacional. La radio más escuchada de esa generación, la cadena de videos con más onda y las teleseries de más alto rating la ponían siempre delante de los espectadores. Tal vez no era la heroína ni la pinturita ni la nueva diva, simplemente era la más cool.
Pero eso no podía durar.
El paso de los años fue bueno para Lewin. La sobreexposición le pudo haber pasado la cuenta. Pudo haberse estancado, desgastado o, incluso, reconvertido a algún panel de opinología local. Mas no, simplemente creció.
Luces enceguecedoras, flashes invasivos, altos ratings y encuestas de popularidad pudieron alumbrar el inicio de su carrera, pero la luz natural pavimentó su consolidación.
Porque es la lente de una cámara de cine la que mejor capta a Blanca Lewin. La lente del director Matías Bize, para especificar. Aunque probó el horror junto a Jorge Olguín y desfiló por cuanto ejercicio de estudiante de cine la requirió, fue gracias a películas como "Sábado" o "En la cama", que ella pudo demostrar que las estridencias están lejos de su mejor catálogo actoral.
Aunque la tele la haya reclutado para travestirse de Lola a Lalo en ese interminable culebrón que Canal 13 estrujó hasta la eternidad, ella asumió su rol con credibilidad. También sin excesos se consumió como Juana de Arco en una hoguera teatral.
Es al abrigo del promisorio realizador donde Blanca Lewin deslumbra desde su sobriedad. En cintas claustrofóbicas y agobiantes a más no poder, desde el plano único de la filmación hasta el desgarro eclipsado del guión, la musa responde, más que con convicción, con total identificación.
Emoción contenida, mirada sugerente, rictus indescifrable y silencio conmovedor. Ésos son los sutiles recursos que hoy Lewin despliega como nadie más.
Como Alba, en la obra "La casa de los espíritus", es coherentemente espectral. Pero como Beatriz, en "La vida de los peces", logra exudar el duelo perpetuo de un amor que nunca murió.
En los laberintos de una casa tan interminable como los recuerdos y la culpa, Beatriz busca una luz del pasado que alumbre su actual oscuridad. El regreso de Andrés (Santiago Cabrera), el amor incompleto y el futuro imposible son los motores que inmovilizan su acción. Sin articular palabras, sin gesticular y escasamente mostrando emoción, Blanca Lewin logra remecer a cualquiera que haya sufrido una decepción.
Ella es simplemente real.
Puedes revisar la página de la revista aquí. Haz clic para aumentar el tamaño.
Fuente: Revista 'Ya'